Guerra en Ucrania: la escalada bélica, la ofensiva misilística ante la llegada del invierno a la región
14 enero 23Once meses de comenzada la guerra
Por Infobae
A once meses de haberse iniciado la “Operación militar especial” rusa sobre Ucrania, se comienza a analizar que su desenlace, tanto sea convencional, no convencional o catastrófico, podría resultar mucho más destructivo que la pandemia de COVID.
A esta fatídica predicción, se agrega que la cantidad de desplazados por el conflicto, que incluyen tanto a quienes han debido abandonar sus viviendas como a los que debieron trasladarse a otros países, supera con creces a los fríos números de la guerra civil en Siria.
Si a tales circunstancias se le agrega la llegada de la estación fría en la región, no solo su evolución carece de un previsible final al momento, sino que, por el contrario, no se puede siquiera analizar a qué bando afectará el invierno.
Quienes esperaron que el final de la contienda se produjera antes de la llegada del invierno deberán analizar nuevos escenarios. Más aún, cuando el presidente de Hungría, Víctor Orbán, mencionó que “la única esperanza de Paz es Donald Trump”, con miras en el cambio de política de EE. UU. hacia Ucrania. A partir de esta afirmación, los ojos de Europa están puestos en EE. UU., por considerarlo como el interrogante clave de este enigma.
Estos nuevos escenarios están basados tanto en la Historia como en la Geografía. Si se toma en cuenta la primera, las tropas rusas han dado sobradas muestras de saber utilizar las “bondades” de la estación gélida a su favor. Tanto en el siglo XIX (retirada napoleónica) como en el XX (rechazo de Operación Barbarroja alemana), hay sobradas muestras de saber utilizar las inclemencias climáticas a su favor, aun despreciando los costos propios, para cambiar el curso de una eventual derrota. No obstante, se debe recordar que Ucrania formó parte del imperio soviético, por lo que también supo de congraciarse con el frío clima invernal para utilizar sus bondades para los conflictos
Respecto a la geopolítica, donde se vincula la geografía con la política, la situación es más compleja. Los análisis de cómo podría finalizar el conflicto se dividen entre el pensamiento de los países del este europeo, los del oeste de la UE y los de aquellos que generalizan sobre la forma de llegar a un alto el fuego. Los países occidentales, lejanos a las fronteras rusas, temen solo por una escalada nuclear, que podría desembocar en una espiral que sea difícil de controlar al tener que intervenir la OTAN acorde con sus cláusulas de defensa. La participación de esta organización, incluiría respuestas de EE. UU. para luego expandirse a aquellas intercontinentales. Se debe recordar lo dicho por el presidente Putin al inicio de las operaciones, cuando advirtió que la “operación militar especial” podría terminar con un ataque nuclear.
Los países del Este europeo con fronteras sobre Rusia o cercanas a ellas, temen que una eventual derrota de Ucrania expanda las apetencias del oso ruso en la búsqueda o influencia mesiánica de Putin para extenderse hasta tratar de lograr la antigua zona soviética. Temen que se vuelva a configurar la antigua cortina de hierro de la Guerra fría.
Por último, también hay países que, sin tener una ubicación específica, pero sí dentro de la UE, buscan un final negociado que implique que Rusia no gane y que Ucrania no pierda para que la guerra no se extienda. No obstante, estos países buscan que la victoria ucraniana tenga sus límites, al procurar que se recupere la mayor parte del territorio en disputa, sin afectar en demasía los interese rusos (mantener Crimea para facilitar su salida a los mares cálidos, razón de peso del conflicto).
Más allá de estos escenarios ideales, está la realidad de la “raspoutisa” (fenómeno climático provocado por las lluvias del otoño en la región, que transforma en pantanos, generalmente intransitables, la masa de los terrenos en disputa) que, según qué bando sepa aprovecharse de ella, permitirá obtener una significativa ventaja que permita concluir las acciones armadas y, por consiguiente, el conflicto.
Al respecto, el comando conjunto ruso ya estableció un Consejo de Coordinación Logística en respuesta a las preocupaciones de sus comandantes, y en especial de los comandantes de los grupos contratistas rusos involucrados en la contienda: Yevgeni Prigozhin, comandante del Grupo Wagner, y a Ramzám Kadírov, comandante del grupo checheno.
Las tropas rusas están acostumbradas a utilizar al invierno a su favor. La preparación de las posiciones defensivas conquistadas y capturadas por las tropas rusas en las oblatz (provincia en ruso) del Donbas y en Zaporiyia, también se verían favorecidas por la llegada del clima frío y sus nevadas, que producirán la intransitabilidad de caminos y terrenos, dificultando los movimientos ucranianos.
Por el contrario, Ucrania, que agilizó su contraofensiva desde finales de octubre para recuperar Kherson, verá demorada sus acciones ofensivas para recuperar las principales localidades de Zaporiyia, y, en especial, la sede de la principal central nuclear de Europa, en posesión de Rusia desde marzo pasado.
Bajo estas perspectivas de ralentización del conflicto, cobra una mayor importancia la continuación de los ataques mediante artillería y misiles de ambos contendientes. En razón de ello, la mayoría de los países buscan favorecer una solución negociada antes de que la guerra se convierta en un conflicto prolongado sin definición.
Rusia, conociendo el eventual estancamiento de los movimientos por la llegada del invierno, ha comenzado a destruir las fuentes de energía y de agua acorde con su estrategia de Zona Gris. Si bien aún está en duda si fue planificado desde el principio o fue una respuesta al supuesto atentado ucraniano sobre el puente que une Crimea con el territorio ruso, la realidad es que los 96 misiles que impactaron inicialmente en toda Ucrania dieron una muestra del poderío que aún guarda Rusia a tal fin.
Al respecto, algunos analistas internacionales suponen que Rusia ha utilizado parte de su arsenal guardado para ser utilizado contra la OTAN. Si bien el análisis de EEUU parecería absurdo, no lo es para Rusia. De allí la peligrosidad del accionar por parte de su comandante estratégico ante una situación límite que lo lleve a convertirlo en un actor irracional. Por esa razón, en la última reunión del G20 en Bali (Indonesia), se agregó en el cuarto párrafo de su declaración final una advertencia sobre el empleo de armas nucleares, la cual firmada por unanimidad.
Aunque el arsenal ruso tiene su obsolescencia, le permite destruir blancos puntuales que dificultarán el fluido eléctrico de Ucrania y, por ende, la provisión de agua. Los 96 misiles iniciales del 15 de noviembre fueron una muestra de los 148 ataques restantes, entre los que figuran misiles y drones del tipo Islander y Kalibr. Irán y Corea del Norte le han facilitado misiles y hasta drones. Aparte, Rusia posee en su arsenal nuevos misiles capaces de alcanzar una distancia de entre 300 a 700 kilómetros, con una tecnología propia de microchips desarrollados antes de su invasión a Ucrania. Por último, el 17 de noviembre comenzó a utilizar misiles tierra. En virtud del accionar ruso con parte de este arsenal, el presidente Zelenski solicitó al Consejo de Seguridad de la ONU actuar contra el “Terror energético”.
Más allá de los ataques misilísticos rusos, que han dejado a seis millones de personas sin electricidad ni agua, el pueblo de Ucrania sigue resistiendo con el apoyo de Occidente. Según propias expresiones ucranianas, se ha recorrido la mitad del conflicto pues su ejército ha recuperado cerca del 55% del territorio ocupado por Rusia desde el inicio de la contienda. No obstante, su dilema actual es decidir si continuar con su ofensiva o esperar la finalización del invierno para evitar verse atrapado por las dificultades climáticas que impidan su movilidad.
Por su parte, Rusia ha retirado miles de soldados de la región de Kherson, del oeste del río, para organizar nuevos contraataques en la región del Donetsk y fortalecer el control sobre el puente del estrecho de Kerch que une Crimea con Rusia al este. Por ahora, la estrategia rusa es la misma empleada en Chechenia en 1999 y en Siria en 2015: infligir el mayor daño posible a la infraestructura civil a fin de doblegar la voluntad de lucha del pueblo ucraniano y de sus fuerzas armadas.
No obstante, cualquiera fuera la resolución ucraniana, el debilitamiento ruso podría aumentar la posibilidad del derrocamiento de Putin, lo cual también traería otra incógnita: su reemplazo, ya sea por militares o por un nuevo premier, aceptaría finalizar la contienda o haría uso de otro tipo de armas para concluir de manera exitosa. También se abre el interrogante del proceder de sus países satélites: Bielorrusia y las divisiones en Moldavia y en Georgia, que podrían atacar el fin del conflicto o favorecerán su continuación.
Mientras tanto, la euro cámara declaró a Rusia como estado promotor del terrorismo y a Ucrania como “generador de esperanza”. La conclusión prioritaria que surge es que, si Rusia deja de luchar, no habrá guerra; pero, si Ucrania deja de luchar, no habrá Ucrania. ¡Qué dilema!