Las “burbujas” de cuarentena pueden limitar el riesgo de contagio y cuidar la salud mental

01 septiembre 20
Las “burbujas” de cuarentena pueden limitar el riesgo de contagio y cuidar la salud mental

Por Infobae

El término de “burbuja” emergió desde el terreno turístico cuando Nueva Zelanda, luego de haberse anunciado como el primer país que había “eliminado” el contagio por COVID-19 y decidió abrir fronteras con su cercana vecina Australia. De la emergente nueva industria de viajes, el concepto comenzó a trasladarse a diferentes escenarios.

Con el verano encima, el hemisferio norte debió recurrir a algún tipo de fragmentación del confinamiento. Para dar ese paso recurrió a burbujas de cuarentena, cápsulas pandémicas o cuarentenas en un intento por dar equidad entre los riesgos de contagio y la salud mental de la población en términos emocionales y sociales.

Mientras los niños extrañan a sus compañeros y los adolescentes se sumergen en sus cuartos en la incomodidad del aislamiento, los adultos intentan crear puentes para salir de la dura condición mental que tantos especialistas se han cansado de alertar. Aquello de enfermar de cuarentena es algo que muchas familias neoyorquinas han tratado de evitar. Para ello, aún con anuencia de epidemiólogos que consideraron esta posibilidad como una forma inteligente de equilibrar las necesidades de la salud mental con la seguridad física, comenzaron a crear burbujas sociales en las que dos o tres familias acuerdan socializar entre sí, pero con nadie más. 

En esta experiencia el encuentro se produce manteniendo ciertas reglas de distanciamiento y no otras, pero los sujetos mantienen las reglas fuera de su burbuja. Julia Marcus, epidemióloga de enfermedades infecciosas de la Facultad de Medicina de Harvard, declaró al New York Times que “no se puede prevenir la enfermedad a expensas de la salud en general.

Cuando se hace con cuidado, la investigación muestra que las burbujas de cuarentena pueden limitar efectivamente el riesgo de contraer el SARS-CoV-2 y al mismo tiempo permitir que las personas tengan interacciones sociales muy necesarias con sus amigos y familiares.

En una burbuja no sólo están en riesgo las personas que se encuentran, sino también aquellos con los que se convive. En ese caso, la burbuja actúa como una zona segura, como un perímetro aparentemente libre de la enfermedad. La elección de quiénes la integran es clave, porque significa decidir con quién podremos tener contacto en medio de las restricciones.

La burbuja social belga, por ejemplo, supone que cada persona solo pueda tener contacto estrecho con cinco personas fuera de su vivienda. Sin embargo, no se puede elegir a quien uno quiera. Las normas establecen que cada familia podrá elegir con una salvedad: que esas cinco personas deben vivir juntas, bien sea porque son familia o porque son compañeros de piso. Pero además, esa elección debe ser recíproca, es decir, que las cinco personas se elijan mutuamente.

Por su parte, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, debió acatar a comienzo de este mes un fallo de la Corte Suprema de Justicia de su país relacionado a la reactivación económica. Se lo intimó a que ejecutará un plan que incluye la implementación de “burbujas” personales, entre otros.

Luis Miguel Torres, especialista del Hospital Puerta del Mar de Cádiz y profesor de la facultad de Medicina, indicó que “el ciudadano tiene que imaginar que va dentro de una burbuja de dos metros de diámetro. Si vas dentro de ella el virus no te va a llegar. Ese concepto de burbuja me parece especialmente útil en el caso de los niños. Las mascarillas y los guantes no funcionan bien en los niños, los niños se las van a quitar, los van a tirar al suelo. Creo que es peor eso, que enseñarles el concepto de la burbuja. Los niños son muy plásticos, y si les hablas de ella, van a sentirse dentro de esa burbuja, y cuando lleguen a otra burbuja que viene con otro padre y otro niño, cada uno va a mantener dos metros de distancia, que son cuatro metros entre las dos parejas”.

Un concepto práctico de salud pública indica que no es posible eliminar todos los riesgos, sino que es preciso eliminar la mayor cantidad de ellos. Bajo este concepto, la teoría de reducción de daños toma en consideración la intersección de factores biológicos, psicológicos y sociales que influyen tanto en la salud como en el comportamiento. Las burbujas de cuarentena son una forma de limitar el riesgo de enfermarse o transmitir coronavirus mientras se amplía la interacción social.

Para el médico infectólogo jefe de la Sección Infectología y Control de Infecciones del CEMIC, Pablo Bonvehí “se está viendo que hay mucha relación de casos con contactos estrechos hogareños y también con actividades sociales, en lugares cerrados en donde se facilita mucho la transmisión, durante estas reuniones y sobre todo cuándo no se respetan las recomendaciones tales como el uso de barbijo y distancia social”, y agregó: “Hay que tener presente que hoy hay mucha gente circulando pensando que no lleva la enfermedad, pensando que no le va a tocar, y pueden estar transmitiendo a mucha gente el virus”.

En tanto, Mariano Sasian, médico infectólogo del Hospital Militar Central señaló que “la pandemia no trae efectos solamente en salud, sino también en la economía; es un punto que no debemos descuidar, y ahora creo que tenemos que empezar a pensar cómo volver al ritmo habitual de nuestras vidas, pero llevando a cabo e incorporando todo aquello que hemos aprendido en relación a los protocolos, la prevención, en el distanciamiento social, en el lavado de manos y en la utilización del tapabocas y/o barbijo por lo menos hasta tanto el virus o deje de circular o haya una vacuna que nos permita prevenir”.

Los impactos negativos de la pandemia en la salud mental ya están empezando a hacerse evidentes. Una encuesta reciente de adultos estadounidenses encontró que el 13,6% informó síntomas de angustia psicológica grave, en comparación con el 3,9% en 2018. Una cuarta parte de las personas de 18 a 29 años informó angustia psicológica grave, los niveles más altos de todos los grupos de edad. Muchas personas están experimentando ansiedad y depresión debido a la pandemia o ya estaban viviendo con estos desafíos.

“Los pronósticos son inciertos; la escasez severa de recursos que se avecinan para las pruebas diagnósticas, el tratamiento y los mecanismos para proteger a los encargados de la respuesta y provisión de atención médica de la infección, la imposición de medidas de salud pública desconocidas tales como el aislamiento y esquemas de cuarentena que infringen las libertades personales, las grandes y crecientes pérdidas financieras y los mensajes contradictorios de las autoridades se encuentran entre los principales factores estresantes que indudablemente contribuirán a una angustia emocional generalizada y a un mayor riesgo de enfermedad psiquiátrica asociada con COVID-19. Los proveedores de atención médica tienen y tendrán un papel importante en el tratamiento de estos resultados emocionales como parte de la respuesta pandémica”.

Así comienza el análisis que efectuaron las médicas Betty Pfefferbaum y Carol S. North, investigadoras del Departamento de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento, Facultad de Medicina, Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Oklahoma, publicado en la prestigiosa revista científica New England Journal of Medicine.