De qué forma el COVID-19 prolongado influye en el rendimiento físico

21 octubre 22
De qué forma el COVID-19 prolongado influye en el rendimiento físico

Por Infobae

Al hablar de la enfermedad que produce el SARS-CoV-2 y sus efectos colaterales se han escuchado aspectos tales como niebla mental, fatiga y dolor de cabeza. A estos se los identifica como síntomas del COVID-19 prolongado. Sin embargo, aunque se hable poco de algunos, lo cierto es que se conocen. Estas son secuelas cardiopulmonares persistentes y la intolerancia al ejercicio. Esta situación puede ocurrir entre el 3% y el 30% de las personas después de transitar la enfermedad, incluidas las no hospitalizadas y las vacunadas, y puede persistir durante al menos 12 meses.

Ahora, un nuevo estudio apunta a otro efecto persistente de la infección por SARS-CoV-2, identificado meses después de la enfermedad: una capacidad de ejercicio reducida. En un estudio que acaba de publicarse en JAMA Network, investigadores de la Universidad de California en San Francisco (UCSF) y Zuckerberg San Francisco General Hospital identificaron 38 estudios previos que rastrearon el rendimiento del ejercicio de más de 2000 participantes que anteriormente tuvieron la patología, incluidos aquellos con probable COVID-19 prolongado.

Los investigadores redujeron su análisis a nueve estudios en los que se comparó el rendimiento del ejercicio de 359 participantes que se habían recuperado del virus con el de 464 participantes que tenían síntomas consistentes con COVID-19 prolongado. La edad promedio de los participantes en estos nueve estudios varió de 39 a 56 años, y el índice de masa corporal promedio estuvo en el rango de 26 (sobrepeso) a 30 (obesidad).

Las conclusiones a las que arribaron los investigadores sugieren que debido a que este subgrupo padeció un COVID-19 prolongado, se puede haber reducido la extracción de oxígeno en los músculos, produciendo patrones de respiración irregulares y una menor capacidad para aumentar la frecuencia cardíaca durante el ejercicio para igualar el gasto cardíaco. Además, como consecuencia de la inactividad que se da a la hora de padecer una enfermedad física, se encontró evidencia de un desacondicionamiento en el cuerpo de los evaluados.

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Las pruebas de ejercicio se realizaron al menos tres meses después de la infección por SARS-CoV-2 e incluyeron testeos de ejercicio cardiopulmonar (CPET), en las que se midieron el oxígeno y el dióxido de carbono, junto con otros índices de la función cardíaca y pulmonar, mientras el participante usaba una caminadora o bicicleta estacionaria. Al comparar la tolerancia al ejercicio, los investigadores encontraron que la tasa máxima de oxígeno del grupo con COVID-19 prolongado fue 4,9 ml/kg/min más baja que la del grupo recuperado.

Según el primer autor Matthew S. Durstenfeld, especialista del Departamento de Medicina de la UCSF y de la División de Cardiología del Hospital General Zuckerberg San Francisco, “esta diferencia equivale a 1,4 equivalentes metabólicos de tareas (MET), una medida de energía consumidos durante la actividad física. Esta disminución en la tasa máxima de oxígeno se traduciría aproximadamente en una mujer de 40 años con una capacidad de ejercicio esperada de 9,5 MET, cayendo a 8,1 MET, la capacidad de ejercicio esperada aproximada para una mujer de 50 años”.

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