Por Infobae
Este domingo The New York Times publicó una impresionante tapa en la que recuerda que las casi 100 mil víctimas fatales del coronavirus en los EEUU no son un fría cifra en una estadística, sino que son familias rotas, vidas y sueños truncados. El homenaje, con los nombres de 1.000 fallecidos en la primera página, recuerda sus historias y también gráfica la dimensión el horror casi naturalizado por la pandemia. Días atrás, el 21 de mayo, otra portada generó impacto. Esta vez sin los nombres de los muertos por el virus, el columnista David Marcus recordó en el New York Post a las otras víctimas de la pandemia: los millones de nuevos pobres.
“Al prolongar el cierre del coronavirus mucho más allá de que se cumpliera su misión principal, el gobernador Andrew Cuomo y el alcalde Bill de Blasio han sumido a decenas de miles de neoyorquinos en la pobreza”, acusa Marcus y pide: “¡Terminen el cierre de la ciudad de Nueva York ahora!”
El columnista asegura que no hay un plan, que la cuarentena es el único plan de sus gobernantes. “A mediados de marzo, nos dijeron que teníamos que soportar el cierre para asegurar que los hospitales no colapsaran. Lo hicimos. Los hospitales no colapsaron. Convertimos el Centro Javits en un hospital. No lo necesitábamos. Trajimos un barco gigante de la Marina para tratar a los neoyorquinos. No lo necesitábamos. Nos dijeron que estábamos a punto de quedarnos sin ventiladores. No lo estábamos, y ahora los Estados Unidos han fabricado tantos, que los estamos regalando a otros países”, repasa.
“Mientras tanto, la Gran Manzana se está muriendo. Sus calles están vacías. Los bares y clubes de jazz, restaurantes y cafeterías están vacíos. Nuestros lugares favoritos, los sitios con historia, los famosos locales de pizzas están cerrados, muchos para siempre. El sudor de los incontables dueños de pequeñas empresas se está evaporando. En lugar de hacer que la gente vuelva a trabajar para mantener a sus familias, nuestro alcalde habla de un “New Deal” de fantasía para la era post-coronavirus”, denuncia.
Y exige: “Abran la ciudad. Todo. Ahora mismo. Espectáculos de Broadway, playas, partidos de los Yankees, las escuelas, la cima del maldito Empire State. Todo. Los neoyorquinos ya han aprendido a distanciarse socialmente. Los negocios pueden adaptarse. Los ancianos y los enfermos pueden seguir aislados”.
Marcus denuncia que las autoridades no están capacitados para salvar “a la ciudad más grande del mundo de una muerte lenta por estrangulamiento económico” y llama a los neoyorquinos a reaccionar: “Hicimos lo que nos pidieron. Aplanamos la maldita curva. Ya no hay ninguna justificación razonable para que el gobierno nos prive de nuestro sustento”.
¡Terminen el cierre de la ciudad de Nueva York ahora!
A veces, un buen berrinche es todo lo que un escritor puede ofrecer. Tengan paciencia.
El pasado viernes por la mañana (por el 15 de mayo), unos 3.500 neoyorquinos hicieron cola en una iglesia católica en Queens para recibir comida gratis horas antes de que abriera, según el Departamento de Policía de Nueva York. Caridades Católicas ha reportado un incremento del 200% en la demanda durante el último mes y medio.
Al prolongar el cierre del coronavirus mucho más allá de que se cumpliera su misión principal, el gobernador Andrew Cuomo y el alcalde Bill de Blasio han sumido a decenas de miles de neoyorquinos en la pobreza.
Es necesario que termine. Ahora mismo.
A mediados de marzo, nos dijeron que teníamos que soportar el cierre para asegurar que los hospitales no colapsaran. Lo hicimos. Los hospitales no colapsaron. Convertimos el Centro Javits en un hospital. No lo necesitábamos. Trajimos un barco gigante de la Marina para tratar a los neoyorquinos. No lo necesitábamos. Nos dijeron que estábamos a punto de quedarnos sin ventiladores. No lo estábamos, y ahora los Estados Unidos han fabricado tantos, que los estamos regalando a otros países.
Mientras tanto, la Gran Manzana se está muriendo. Sus calles están vacías. Los bares y clubes de jazz, restaurantes y cafeterías están vacíos. Nuestros lugares favoritos, los sitios con historia, los famosos locales de pizzas están cerrados, muchos para siempre. El sudor de los incontables dueños de pequeñas empresas se está evaporando. En lugar de hacer que la gente vuelva a trabajar para mantener a sus familias, nuestro alcalde habla de un “New Deal” de fantasía para la era post-coronavirus.
Abran la ciudad. Todo. Ahora mismo. Espectáculos de Broadway, playas, partidos de los Yankees, las escuelas, la cima del maldito Empire State. Todo. Los neoyorquinos ya han aprendido a distanciarse socialmente. Los negocios pueden adaptarse. Los ancianos y los enfermos pueden seguir aislados.
Durante dos meses, hemos esperado a que Cuomo y de Blasio nos digan cómo termina esto. ¿Dónde está el ex-alcalde Michael Bloomberg con su supuesto ejército de rastreadores que el gobernador nos dijo que era la clave para la reapertura? ¿Y por qué le entregó esa responsabilidad a Bloomberg, a quien nadie eligió de todos modos?
¿Qué demonios está pasando? ¿Hay alguien a cargo de esta situación? ¿O nos quedamos con el gobernador y su hermano parlanchín discutiendo en la CNN sobre cuál de los dos si madre ama más? (¿A quién le importa?)
A finales de abril, el gobernador de Georgia Brian Kemp desafió a los expertos abriendo su estado. La revista Atlantic, que una vez fue una publicación seria que ahora debería venir con una barra de chicle rancio, lo acusó de participar en “sacrificios humanos”. ¿Quieres adivinar lo que pasó? Adivina, vamos, adivina. En lugar del pico de muertes previsto, el número de casos de coronavirus y muertes asociadas disminuyó.
Siempre debemos acordarnos de que somos dirigidos por idiotas, como a uno de mis amigos le gusta decir. Cuomo y de Blasio no tienen ningún plan. No hay una sola pregunta sobre cuándo Nueva York puede volver a la normalidad a la que tengan una respuesta directa. Ni una sola. Cobran los cheques de los contribuyentes mientras nos humillan a todos.
Si nuestros líderes electos no salvan a la ciudad más grande del mundo de una muerte lenta por estrangulamiento económico, entonces la gente de Nueva York debe hacerlo por sí misma. Barberos, sastres, salones de uñas, tiendas de deportes, cines y otros deben abrir sus puertas – manteniendo el distanciamiento social, por supuesto – y desafiar al estado a clausurarlas.
Nuestros políticos sirven gracias a nuestro consentimiento; no dirigimos nuestros negocios ni vivimos nuestras vidas por el suyo. La sugerencia de lo contrario es una afrenta al americanismo.
Ha pasado mucho tiempo desde que este país, por no hablar de esta ciudad, tuvo que enfrentarse a la perspectiva de una hambruna masiva. Esto no se trata del mercado de valores, se trata de padres que acuestan a sus hijos hambrientos y esperan que mañana haya algo para comer si se levantan a las 4:30 a.m. y hacen fila en el banco de alimentos.
Hicimos lo que nos pidieron. Aplanamos la maldita curva. Ya no hay ninguna justificación razonable para que el gobierno nos prive de nuestro sustento. El gobierno no puede concedernos o quitarnos los derechos. Son nuestros derechos, por la libre concesión de la naturaleza y el Dios de la naturaleza. Somos americanos. Más que eso, maldita sea: somos neoyorquinos.